Batallas perdidas – relato VIII

VIII

 

 

Un día entró en la sala de estar y se encontró al abuelo en su sitio de siempre, mirando a través de las ventanas que daban al parque. Era su referente, su ejemplo y su maestro. En sus ojos podía contemplar el pasado sobre el que deseaba que se edificara el futuro y, en sus conocimientos, la materia prima del presente. Apoyó la bolsa que llevaba en la mano y le mostró la camiseta que acababa de comprar. El viejo le sonrió, la cogió en alto y se la devolvió:

—Muy bonita— le dijo—, pero tampoco esto es lo que buscas.

 

Salió a pasear, a ver el mundo, como le decía su padre. Observaba las casas, a la gente, la vida de la ciudad. Entró en una tienda de discos y se pasó un buen rato revolviendo entre los viejos casetes, hasta que encontró uno que le llamó mucho la atención. Se lo llevó sin envolver y corrió a mostrárselo al abuelo.

—Una gran selección, sí señor— murmuró—. ¡Qué recuerdos! ¡Cuántas noches pasadas con estas canciones! Pero, ¿sabes qué? Tampoco creo que sea este el camino.

 

Se fue a su cuarto un poco contrariado. Estaba buscando incesantemente, sin saber qué. Quizás necesitara otro enfoque, pero era fundamental encontrar algo que dominase la descarga de nervios que le recorría desde hacía un tiempo.

 

Cuando salió de la escuela, al día siguiente, dio un largo paseo antes de llegar a casa. Se fue fijando en los desocupados, en esa nube de gente que, desde hacía meses, poblaba las plazas sin más ocupación que esperar. No perdió detalle de cada persona que mendigaba en las puertas de los supermercados, de los malabaristas de los semáforos. Notó que la pobreza era lo único común a toda aquella gente, hombres y mujeres, blancos o negros.

 

Entró en una librería y rebuscó entre los cientos de libros. Encontró uno que le llamó mucho la atención y lo compró. Continuó el paseo hasta casa y se topó con su abuelo en el mismo sitio en que lo había dejado el día anterior; lo recibió con una sonrisa y le pidió que le mostrara lo que había comprado.

—¡Maravilloso! Te hará pasar un rato de lo más agradable. La lectura hará que nunca te sientas solo, y te transportará a los más remotos lugares. Una magnífica elección, aunque siga sin ser lo que buscas.

 

Dejó el libro y salió a dar un nuevo paseo. En los bancos de debajo de su casa, encontró a una señora que guardaba los restos de la merienda de su hijo en el bolso. Bajó hacia su escuela y observó a una pareja de novios que miraba el escaparate de un centro comercial sin decidirse a entrar. Delante de él, unos colegiales rechazaban la publicidad que una patinadora les ofrecía en mano. En el local que se encontraba anexo al mercado, descubrió una pequeña cola de gente esperando para entregar ropa usada, mientras pasaba al lado de unos contenedores de papel y cartón en los que no cabía ya casi nada. Sonrió y, tras dar media vuelta, se dirigió de nuevo a casa.

 

Al escucharlo entrar, el viejo lo reclamó, animosamente.

—Muéstrame tu nueva adquisición— le dijo cariñoso.

—No compré nada, abuelo. Hoy aprendí que lo verdaderamente revolucionario es no consumir.

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